Dom. VII del T.O. El arte de la misericordia
La llamada de Jesús a la conversión y al seguimiento presenta un rasgo bastante revolucionario ya que implica una relación completamente inédita no solo con el prójimo en general, sino también con el "enemigo". El Maestro no pide solo abstenerse de la venganza, ignorar al enemigo y tolerarlo, sino que incluso pide amarlo. Pero, ¿cómo es posible amar a quien atenta contra ti, te humilla, te difama, te hace daño y disfruta de tu caída?
Jesús invita a sus discípulos a que se superen a sí mismos, que vayan más allá, más allá del amor propio, más allá de las heridas causadas por los demás, cambiando la clave del trauma vivido, transformando el sentido de humillación que se experimenta en estos casos en un sentimiento de humildad. Cuando frente a la hostilidad del otro uno se siente humillado, se tiende a sacar la naturaleza defensiva y se elige reaccionar agrediendo; cuando, en cambio, se lee la propia naturaleza frágil con humildad, se siente como un espacio con mil recursos, que permite ir más allá, deseando incluso llenar el déficit relacional y afectivo del otro. Ahora Jesús enseña a los suyos que solo hay una manera de curar este déficit: desplazar al otro reaccionando a su mal con nuestro bien, es decir, perdonarlo.
Por lo tanto, invita a vivir nuevas relaciones, que no sean funcionales, o vinculadas a la pertenencia, al interés, a la posibilidad de reciprocidad y contracambio. Jesús invita a dejarse tocar por la gracia para aprender el arte de la gratuidad. Él prevé una victoria sobre el mal y la violencia que anidan dentro de nosotros, neutralizando su fuente: el deseo de defenderse del ataque del otro agrediéndolo y aniquilándolo.
Jesús sugiere el estilo de la gratuidad que viene de arriba y se recibe de Dios que es el misericordioso por excelencia. Bendecir a quien te maldice. Dar gratis sin esperar un beneficio no provienen de ningún código legislativo, sino de la acción del Espíritu de Dios en nosotros que puede regenerar el Adán que somos, es decir, las criaturas hechas de tierra y límite, transformándonos en "hijos del Altísimo", criaturas dispuestas a parecerse a Aquel que beneficia a todos, incluso "los ingratos y malvados". Parecerse a Dios Padre que se hace "todo a todos" significa liberarse de la ley del talión, de la lógica de la retribución y la venganza, para acoger la lógica del perdón, del juicio equilibrado, del don gratuito.
Amar al enemigo significa elegir ser hijos que aprenden del Padre misericordioso el poder de la "misericordia" y lo ejercen a través de una humilde pero eficaz "realeza". Esta "realeza filial" consiste en dilatar el propio corazón para conceder a los demás lo que recibimos del Padre: el perdón, la posibilidad de redención y el don de un espacio relacional cálido y confiado donde crecer y madurar.
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