HOMILIA EN LA FIESTA DE SANTA MARÍA MAGDALENA SAN PEDRO DE LAS DUEÑAS





María y su nuevo estilo de relación con Jesús

 

Del texto del Evangelio de Juan quisiera resaltar el nuevo estilo de relación de María con Jesús resucitado. Ella cae a los pies del Señor para abrazarlo, pero Jesús le dice: “No me toques, que todavía no he subido al Padre”.

 

El intento de retener a Jesús parece indicar la voluntad de permanecer aferrada al Jesús que conoció en su etapa terrena. Pero Jesús la lleva ahora a mirar hacia el futuro de la relación: “Vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.”

 



Jesús le deja entender a María que no está viviendo su existencia terrena, y que no lo tendrá ya como antes: Él regresa al Padre. Comprendemos que Jesús está en la última etapa de su camino. María y los discípulos están invitados a recorrerlo también, y para esto deben comprender qué significado tiene la plena comunión de Jesús con el Padre:

·      Por primera y única vez Jesús los llama “mis hermanos”.

·      Por primera y única vez Jesús declara que Dios es “Padre” de los discípulos.

 

He aquí una nueva revelación del Resucitado: los discípulos saben que Dios también es su Padre y que través de este Padre ellos están unidos a Jesús como hermanos.  Se llega así al culmen de la Alianza: “Mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios”. Este es el don extraordinario de amor que los discípulos han recibido por el sacrificio del Hijo en la Cruz. 

 

María Magdalena lloraba a un difunto, pero Jesús Resucitado la orienta por el camino correcto por el cual hay que buscarlo: la relación viva de amor que, habiendo comenzado con el Jesús terreno, se orienta de manera definitiva hacia la comunión total en la vida en el padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.

 

¿En qué se parece el camino de fe de María al nuestro, al mío?

 

María es la discípula que se paraliza frente a la tumba y por lo tanto frente al hecho de la muerte. Pues bien, María es cada uno de nosotros frente al dolor, a las desgracias que nos desaniman. En las lágrimas de María están las lágrimas de cada uno, de cada una, signo de nuestra debilidad. Lloramos porque nos topamos con la barrera de nuestras limitaciones, con el crudo hecho de que hay cosas que –por más que queramos- no podemos cambiar. Lloramos porque nos sentimos incapaces de los signos del resucitado, porque no vemos un camino de salida a nuestras angustias, a nuestras inquietudes más profundas, a nuestras preguntas serias.

 

Pero trascender las lágrimas es un don de Dios. Será Jesús resucitado, quien, con su sabia pedagogía y su misericordia, nos abrirá los ojos, si estamos dispuestos y lo deseamos, a la realidad de la resurrección.

 

Démonos unos segundos para acoger con verdadero deseo al Señor que sale a nuestro encuentro, y para decir como el  Cantar “he hallado al amor de mi alma”.

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