Podcast, Dom XXXIV del T.O.Jesucristo Rey del universo.
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La verdad última del vivir: el amor
Se nos pone de frente una escena poderosa y dramática, el "juicio final", que en realidad es la revelación de la verdad última del por qué vivir, la revelación del todo cuando ya todo acaba. La verdad última de vivir: solo el amor.
El Evangelio de Mateo hoy responde a la más difícil de las preguntas: ¿qué has hecho con tu hermano? Y lo hace enumerando seis obras, pero luego va más allá: ¡lo que le hiciste a uno de mis hermanos pequeños, a mí me lo hiciste!
Es extraordinario como Jesús establece un vínculo tan estrecho entre sí y la humanidad, que llega a identificarse con ella: ¡a mí me lo hicisteis! Se identifica con los pequeños, con los pobres y nos indica que ellos son como Dios, cuerpo y carne de Dios, son los hijos de Dios.
Subrayo estas tres ideas que me cuestionan en el pasaje:
1) Dios es quien nos extiende la mano pidiendo porque le falta algo. Un descubrimiento que trastoca toda idea previa sobre lo divino. Hay que enamorarse de este Dios necesitado, mendigo de pan y de hogar, que no busca veneración para sí mismo, sino para sus seres queridos. Él los quiere a todos dignificados, satisfechos, vestidos, sanados y liberados… Y mientras sólo uno esté sufriendo, él también estará sufriendo. ¿cómo no maravillarse con este Padre y querer darle lo que pida?
2) La razón del juicio no es juzgar el mal, sino el bien llamado a hacerse. La medida del hombre y Dios, la medida última de la historia, no es lo negativo ni la sombra, sino lo positivo y la luz. La balanza de Dios no se calibra sobre los pecados, sino sobre el bien. El Evangelio quiere hacernos saber la verdad de la humanidad, y no son sus debilidades, sino la belleza del corazón que hay en cada uno. Un Juicio amañado por ese Dios que nos ama, en cuya balanza pesa más un poco de buen trigo que toda la cizaña del campo.
3) Al atardecer de la vida seremos juzgados sólo por el amor. No por las devociones, ni por los ritos, ni por las veces de estar en misa… sino por asumir en nosotros el dolor de la humanidad. El Señor no me mirará a mí, sino a mi alrededor, a aquellos a quienes he cuidado. «Si me encierro en mí mismo, aunque esté adornado con todas las virtudes, y no participo de la existencia de los demás, si no soy sensible y no me comprometo, puedo estar libre de pecado, pero vivir en una situación de pecado» (G. Vannucci).
La fe no debe limitarse a hacer buenas obras, debe ser escandalosa, debe sacudirnos y decirnos que ¡los pequeños, los pobres, son como Dios!
Un Dios amoroso que repite sobre cada niño el canto exultante de Adán: "Verdaderamente tú eres carne de mi carne, aliento de mi aliento, cuerpo de mi cuerpo".
Y los que son hechos a un lado, ¿es su culpa? Pues eligieron la distancia. No hicieron daño a los pobres, no los humillaron, simplemente no hicieron nada. Corazones indiferentes, lejanos, ausentes que no saben llorar ni abrazarse, vivos están ya muertos.
El contexto histórico que vivimos nos llama aún más a acoger la buena noticia de Dios que viene a buscarnos y nos cuida, como un Padre. En Jesús celebramos su reinado de amor en el servicio que no fue otro que enseñarnos a querernos, ayudarnos y cuidarnos. En últimas a amarnos.
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