PODCAST. Dom XXVI del T.O. Sin etiquetas: el cambio es posible

El pasaje del Evangelio del domingo pasado hablaba de unos trabajadores llamados a ocuparse en una viña, y una viña regresa en el pasaje de hoy como escenario de una breve historia familiar. Un hombre le dice al primero de sus dos hijos que vaya a trabajar a la viña; él responde que no quiere, pero luego se arrepiente y va. El padre se lo dice al segundo, quien inmediatamente dice que sí, pero luego no va.

Antes de seguir con la reflexión, estos dos hermanos tan contradictorios, recuerdan a otro Hijo, enviado por su Padre para "trabajar" en su Viña: un Hijo que fue inmediatamente obediente y sin engaños, aunque obedecer significara ser clavado en la cruz. Vamos adelantando que Jesús no se limita a enseñar: primero da el ejemplo, y en la meditación de hoy, es espejo y modelo del sí perfecto a su Padre. Pero su Padre es también nuestro Padre: por eso Jesús es el ejemplo supremo de la obediencia que todos los hombres deben a Dios.

Volviendo a la parábola de los dos hermanos, Jesús la presenta "a los sacerdotes y a los ancianos del pueblo", es decir, a quienes entonces dirigían la nación judía y se presentaban como modelos de vida de fe. Quiere exponer su hipocresía, demostrando al mismo tiempo que aprecia a quienes, a pesar de haber llevado una vida desordenada, son capaces de una conversión sincera. Por esto concluye con una afirmación a primera vista desconcertante, casi un juramento: "En verdad os digo: los publicanos y las prostitutas pasarán delante de vosotros al reino de Dios".

Ha sucedido, que personas viciosas y deshonestas, que han llevado un camino alejado de Dios se han aferrado a esta última afirmación para reconocer la misericordia del Padre, testimoniando que Dios prefiere "a los pecadores"; que Jesús está de su lado y les dará, un lugar en el cielo. No hace falta gastar muchas palabras para demostrar la fe en estas palabras; Si ciertas personas, clasificadas como "buenas" están representadas por el segundo hijo de la parábola, los personificados por el primer hijo se justifican no porque se rebelen contra la voluntad de su padre, sino porque se arrepienten y la ponen en práctica, cambiando su forma de actuar y vivir sus vidas. 

Más bien, la pequeña historia de Jesús suena como una triple invitación. La primera es la coherencia: los dos hermanos dicen una cosa y luego hacen otra. Hoy aplicado nos dice: no basta con declararse cristiano, realizar prácticas externas de fe, obedecer con palabras; son necesarios hechos, incluso aquellos destinados a permanecer ocultos; es necesario que la actitud exterior corresponda a una adhesión íntima y sincera.

La segunda es la invitación a no juzgar: los dos hermanos parecen de una manera, pero en cambio son de otra. Hoy aplicado nos dice: no debemos olvidar que nosotros simplemente podemos ver las acciones externas de quienes nos rodean; únicamente Dios escudriña las mentes y los corazones; sólo Él conoce las limitaciones y dificultades de los caminos personales para llegar a su corazón; sólo Dios puede evaluar si la fe reside en los corazones de las personas, y en qué medida.

La tercera invitación se repite en la primera lectura Ezequiel: "Si el impío reflexiona y se aparta de todos los pecados que ha cometido, ciertamente vivirá". ¿Con qué frecuencia se clasifica a los hombres en categorías inmovibles. Así, por ejemplo, los que han estado en prisión son siempre criminales, o todos los políticos son deshonestos; debemos dar una oportunidad a aquellos que alguna vez han mentido, traicionado o engañado. En realidad, las etiquetas que se pretende aplicar a los hombres son aparentes: cada persona tiene recursos insospechados por la gracia de Dios, y todos pueden cambiar para mejor. Jesús lo creyó, como lo demuestra su actitud hacia el publicano Zaqueo, hacia la adúltera sorprendida en pecado, hacia el ladrón crucificado junto a Él.

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